
Mientras la mayoría de las colonias británicas en África ya habían alcanzado la independencia, la colonia de Rodesia permanecía bajo soberanía británica. Las disputas entre el gobierno metropolitano y la élite segregacionista blanca de la colonia llevaron al primer ministro rodesiano, Ian Douglas Smith, a proclamar la Declaración Unilateral de Independencia en 1965, la segunda en la historia británica tras la independencia de Estados Unidos
Esto marcó el nacimiento de un país no reconocido, la República de Rodesia, un estado gobernado por una minoría blanca que persistiría durante casi una década bajo un aislamiento internacional, unas sanciones económicas y una guerra civil, que a la fin, acabarían con el país.
Tras la inevitable derrota de Rodesia ante las milicias nacionalistas negras y la mediación británica a través del Acuerdo de Lancaster en 1979, la guerra civil llegó a su fin y condujo a elecciones libres al año siguiente, en las que la población negra pudo participar, renombrando el país como Zimbabue. De esas elecciones emergió como primer ministro Robert Mugabe, candidato de ZANU-PF, quien gobernaría ininterrumpidamente hasta 2017, pero lejos de mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas, Mugabe mantuvo las instituciones extractivas coloniales de su predecesor Smith y bajo un régimen autoritario y corrupto llevaría al país, una vez considerado como el granero de África a la ruina más absoluta. Su política agraria, su arquitectura económica y sus redes clientelistas perpetuaron un sistema fallido que truncó el desarrollo nacional y los sueños de muchos zimbabuenses que habían creído en sus promesas de democracia y justicia social.
Legado colonial y el nacimiento de Zimbabue
Aunque el nacimiento de Zimbabue se dio en el contexto de la segunda economía más desarrollada de África, una enorme brecha económica entre blancos y negros ponía en peligro su estabilidad. En 1969, los blancos, que representaban el 5% de la población, ganaban un salario anual de 3.400 dólares, mientras que los trabajadores africanos obtenían 345 dólares. La economía rodesiana dependía en gran medida de la exportación de productos agrícolas, especialmente tabaco, azúcar y maíz. Estos cultivos comerciales eran producidos casi exclusivamente en granjas comerciales de blancos, quienes a su vez poseían dos tercios de la tierra y representaban más del 90% de los beneficios agrícolas de exportación del país.
En términos educativos, el régimen colonial infra financió la educación africana. En 1976, el gobierno de Smith destinaba 20 veces más por estudiante blanco que por estudiante africano y el sistema estaba diseñado para socavar la historia africana, denigrando a figuras históricas negras y glorificando a figuras europeas como Cecil Rhodes.
A causa de esto, durante los primeros años de independencia, el gobierno de Mugabe invirtió en educación y salud, ofreciendo educación primaria gratuita y mejorando el acceso a servicios de salud para la población negra. La matriculación en escuelas primarias y el numero de centros médicos se duplicó para el año 1990, la vacunación infantil se triplicó y la esperanza de vida creció cuatro años hasta alcanzar los 59 años. Estos esfuerzos iniciales para acabar con la estructura desigual eran la razón de ser del estado zimbabuense, de su lucha de liberación, pero también desataron las contradicciones estatales.
La primera arquitectura económica y su colapso estructural
Estos logros sociales fueron viables durante los primeros dos años de independencia, cuando el país experimentó un auge económico impulsado por el levantamiento de las sanciones internacionales, la restauración de la paz y unas cosechas excepcionales. Sin embargo, en 1982, una gran recesión desencadenada por la subida de los tipos de interés en Estados Unidos y Reino Unido provocó un incremento en la inflación y el desempleo en el bloque occidental, lo que redujo la demanda de exportaciones agrícolas y mineras de Zimbabue.
Como resultado, el gobierno enfrentó una situación en la que el gasto público aumentaba mientras la productividad disminuía, lo que llevó a una crisis de balanza de pagos. Para abordar esto, Zimbabue se vio obligado a recurrir al FMI para ayuda financiera, la primera en su historia.
El sistema económico corporativista de Mugabe asumió las antiguas instituciones coloniales del régimen de Ian Smith e introdujo un salario mínimo y una prohibición virtual del despido . Esto imposibilitó el surgimiento de una clase independiente de empresarios africanos fuera del funcionariado, perpetuando irónicamente la economía blanca y reduciendo drásticamente las perspectivas de crecimiento de Zimbabue. De manera similar, el gobierno de ZANU-PF mantuvo el proteccionismo obsoleto heredado del aislamiento rodesiano, lo que generó altos costos para las empresas para importar maquinaria, debido a la falta de acceso a divisas extranjeras.
Todo esto no fue nada comparado con la incapacidad del gobierno para controlar el déficit. El gasto en educación se triplicó, al igual que el gasto en salud. El sector público creció un 60% y, para finales de la década, el gasto en administración pública había aumentado un 310%. La participación del gobierno en la economía nacional pasó del 32% en 1979 al 45% en 1989.
El gobierno optó por endeudarse, reduciendo la oferta de divisas extranjeras y aumentando los impuestos, lo que favoreció actividades de capital como la compra de bienes raíces y la modernización tecnológica, accesibles solo para los granjeros blancos y las multinacionales mineras, mientras que la participación de negocios negros en la economía era de tan solo el 2%. Para más inri, el aumento en la educación produjo 100.000 nuevos graduados cuando la economía solo demandaba la décima parte, por lo que la gran mayoría de ellos terminó formando parte del 40% de parados en el país.
El Programa de Ajuste Estructural Económico
Tras un prolongado estancamiento económico y la insostenibilidad fiscal del estado, el gobierno de Mugabe, con el apoyo del Banco Mundial y el FMI, intentó transitar del modelo intervencionista de los años 80 a un sistema de mercado más abierto.
Para impulsar la economía, se intentó mejorar el acceso a divisas extranjeras, reducir los controles laborales y disminuir el déficit fiscal para fomentar el ahorro y la inversión. Desafortunadamente, el plan se implementó de manera apresurada y sin suficiente planificación. La inflación no disminuyó, debido a que el déficit se mantuvo por encima de los niveles esperados y la creciente competencia de tasas de interés llevó a la quiebra de muchas empresas nacionales, especialmente en los sectores textil y del calzado. La reducción del gasto social en el programa de ajuste estructural generó un aumento de la desigualdad y un profundo malestar social, lo que llevó al surgimiento de una oposición real a ZANU-PF en el país.
Política agraria: ¿reforma o repetición?
La cuestión de la reforma agraria, una queja central del movimiento nacionalista, permaneció sin resolverse durante los años 80 y principios de los 90. Tras la independencia, cerca del 70% de la tierra fértiles permanecían en manos blancas, a pesar de la promesa nacionalista de redistribuir la tierra a campesinos negros. El Acuerdo de Lancaster House impuso una moratoria de diez años sobre la redistribución forzosa de tierras, y el gobierno inicialmente confió en un modelo de libre de “vendedor dispuesto, comprador dispuesto” financiado en parte por ayuda británica.
Sin embargo, el modelo resultó ineficaz y lento, hasta el punto que para 1990, menos del 20% de la tierra de propiedad blanca había sido redistribuida. Impulsado por el descontento entre veteranos de guerra, campesinos y diversos grupos radicales de la sociedad, Mugabe promulgó la Ley de Adquisición de Tierras de 1992, permitiendo al gobierno tomar tierras con una compensación parcial y eliminando los derechos constitucionales de propiedad. Esta ley marcó el comienzo de un enfoque más combativo en la reforma agraria, que resultaría finalmente en expropiaciones extensas a medida que su autoridad política comenzaba a desvanecerse. A partir del año 2000, se intensificaron la violencia y la anarquía, varias asociaciones de veteranos lideraron una serie de ocupaciones y expropiaciones de tierras comerciales. Lejos de mantener el orden, Mugabe alentó y apoyó a las asociaciones para mantener su poder entregando parte de las tierras a estos grupos, pero también gran parte fue a las élites del partido.
La inseguridad de los derechos de propiedad causada por Mugabe y ZANU-PF llevó a la emigración de propietarios blancos y de la clase media africana, causando el colapso de la producción y productividad agrícola, conduciendo al país a una terrible que se profundizaría aún más cuando el ZANU-PF recurrió a la impresión masiva de dinero para sostener su poder, desencadenando una hiperinflación devastadora.
Hiperinflación, síntoma de un país fallido
El sector agrícola, pilar fundamental de la economía, sufrió una caída del 45%, debido en parte a la confiscación violenta de tierras y la falta de inversión, lo que afectó directamente las exportaciones, que cayeron un 30%. La fuga masiva de la clase media, profesionales, empresarios y capitalistas, provocó una importante salida de capitales, lo que minó aún más el sistema financiero y condujo al colapso del sector.
La crisis económica en Zimbabue se agravó cuando el ZANU-PF, para mantener su base política y financiar sus operaciones, empezó a imprimir grandes cantidades de dinero sin respaldo real. Esta emisión descontrolada de moneda llevó a una hiperinflación galopante, donde los precios de los bienes y servicios aumentaban diariamente a tasas exorbitantes, haciendo que la moneda local perdiera rápidamente su valor. Entre 2006 y 2007, el banco central imprimió cantidades astronómicas de dinero, en billones de dólares zimbabuenses, para pagar deudas externas, especialmente con el FMI, y para cubrir gastos militares. Intentos del gobierno por frenar la inflación como decretos que prohibían aumentos de precios en productos fracasaron. En 2008, la situación llegó al extremo, se imprimían billetes de denominaciones que alcanzaban los 50 mil millones de dólares zimbabuenses, billetes que no tenían ningún valor real. Finalmente, en 2009, el gobierno se vio obligado a abandonar oficialmente el dólar zimbabuense y permitir el uso de divisas extranjeras, principalmente el dólar estadounidense y el rand sudafricano, para estabilizar la economía.
El impacto social y económico fue devastador, la hiperinflación no solo destruyó el poder adquisitivo de la población, sumiendo a gran parte de la ciudadanía en la pobreza extrema y el desempleo masivo; sino que además acabó con la credibilidad del Estado, evidenciando la incapacidad del gobierno para manejar la economía.
Crisis y fracasos
La trayectoria de Zimbabue, desde la Rodesia de Ian Smith, hasta la soberanía africana, es una advertencia sobre cómo la persistencia de instituciones extractivas, gobiernos autoritarios y reformas económicas fallidas pueden socavar las aspiraciones de una nación. En su independencia, Zimbabue tenía el potencial de transformar sus desigualdades heredadas a través de una visión de desarrollo económico, democratización y productividad agraria. Sin embargo, en lugar de romper con las estructuras coloniales opresivas, el régimen de Robert Mugabe las adaptó y las utilizó como arma para consolidar su poder político, recompensar la lealtad y reprimir la disidencia.
Los logros sociales iniciales en educación y salud, que alimentaron la esperanza entre la mayoría negra, fueron rápidamente opacados por un gasto público insostenible, la corrupción y la mala gestión económica. Su intento de ajuste estructural, en lugar de revitalizar la economía, exacerbó la desigualdad y el descontento y la reforma agraria, inicialmente una demanda popular, se convirtió en un instrumento de supervivencia política, implementado a través de la violencia y el caos, beneficiando a las élites mientras destruía la base de la riqueza del país. En última instancia, Zimbabue se convirtió en un ejemplo clásico de fracaso estatal, marcado por la hiperinflación arraigada en la oferta monetaria, la emigración blanca y el colapso institucional.
El colonialismo, lejos de ser desmantelado, fue reproducido bajo una nueva élite autóctona, exponiendo cómo la independencia por sí sola no garantiza la liberación. Sin instituciones estables y responsables que aseguren y no interfieran con los principios básicos de una sociedad próspera, derecho a la vida, propiedad privada y libre comercio, entre otros, las esperanzas de Zimbabue para el desarrollo y la justicia fueron postergadas, dejando a sus ciudadanos soñando con aquellas promesas incumplidas de la libertad y riqueza.